Casi ni me acordaba de lo que era montar en una moto. Habían pasado muchos años desde que vendí la vespa y había olvidado lo feliz que me hacían esas excursiones de los domingos. Pero nunca es tarde para volver a la antiguas aficiones. Por eso cuando mi amigo Raúl me dijo que se iba a hacer una ruta en moto por el Algarve, no me lo pensé dos veces y me apunté al plan.
Diciembre puede parecer un mal mes para viajar en dos ruedas, pero cuando el destino es el sur de Portugal no hay ningún problema. Allí la climatología es diferente y pudimos rodar sin problemas, disfrutando de un sol de los más rico, gozando cada kilómetro, cada recta, cada curva; aunque en mi caso fuese de «paquete».

Casa de azulejos en Silves

Playa do Beliche

Ponte da Piedade
Ruta en moto por el Algarve, en cinco paradas
Por el Algarve estuve más días, pero esta primera parte del viaje la hice en motocicleta. Aunque era el puente de diciembre no tuvimos problemas de tráfico. Salimos el martes, después de que él saliese de trabajar. Aunque Raúl no le importa viajar de noche, a mí no me gusta nada, da igual que no sea yo el que conduzca. Por eso le propuse hacer una parada técnica. Y qué mejor que hacerlo en uno de los pueblos más bonitos de España, en uno de mis preferidos por muchas razones —la mayoría sentimentales—, Candelario.
Salamanca es una provincia llena de tesoros: Miranda de Castañar, Arribes del Duero, La Alberca, Peña Francia…, pero la zona de la Sierra de Béjar es especial para mí. Sobre todo este hermoso pueblo lleno de calles empedradas, casonas de madera —antiguas carnicerías muchas de ellas que todavía comparten las famosas «batipuertas» (ideadas para combatir el frío, evitar que se colasen los animales y que el matarife pudiese estar protegido para dar el golpe de gracia protegido en la matanza)— y regaderas, que caen de lo alto del pueblo por sus empinadas calles, llenas de agua cristalina de los neveros.
Fueron pocas horas las que pasamos allí, pero suficiente para volver a alimentar recuerdos que todavía siguen hoy muy presentes.
Portimao, base de operaciones de la ruta en moto por el Algarve
El viaje era largo y no había tiempo para mucho más. Desayunamos temprano y cogimos rumbo a Portugal con la fresca, que ese día era considerable. Raúl me dijo con el último café —a los dos nos gusta tomar unos cuantos por la mañana; bien cargados y sin azúcar— que era el momento de estrenar sus regalos de cumpleaños de ese año: sus chaquetas belstaff —sí, en plural, dos le trajeron; para los moteros esto debe de ser como lo de las corbatas para el resto—.
Preparados para el frío partimos hacia nuestra ruta en moto por el Algarve. Cáceres, Badajoz, Alentejo…, fueron quedando attrás en el camino. Recuerdos de otros viajes e invitaciones a otros nuevos. Llegados a este punto, os recomiendo que si vais a viajar al Algarve por esta ruta, os cojáis la autopista —A6/E1—. Son unos 26 € por trayecto desde que dejas España y hasta llegar a Lagoa. Es un peaje para el que no hace falta tener la tarjeta ni estar registrado, se abona en la cabina del peaje. Y merece la pena. Otra cosa es la autopista de Algarve —la A22—, totalmente prescindible para mí y que además tiene el inconveniente para los españoles de ser de cobro electrónico.
A la hora de comer —española; tarde— llegamos a Portimao, donde teníamos el apartamento. Dejamos allí nuestras cosas y nos encaminamos hasta el centro de esta población. No es uno de los lugares más hermosos de los que me encontré esos días, pero aparte de una playas estupendas, esta localidad te sorprende por su paseo marítimo, que discurre por los antiguos muelles pesqueros de la ciudad, y por su centro histórico lleno de plazas ajardinadas y repleto de restaurantes donde probar la extraordinaria comida portuguesa. ¿Hay algo mejor que conocer los países por su gastronomía?

Castillo en Silves

Calles de Silves

Rey Don Sancho I a la entrada del castillo de Silves

Vistas desde la parte alta de Silves
Después de un buen bacalhau à portuguesa, repetimos paseo por la ribeirinha para después escaparnos a un pueblo sorprendente, Silves. Situado a solo 20 minutos de allí y que nos regaló unas cuantas sorpresas como sus imponentes murallas de más de 500 años de antigüedad, su Catedral y, sobre todo, su Castillo que vigila la ciudad desde lo alto.
Ya por la noche, fue el turno de las Super Bock —puede que demasiadas— en el apartamento mientras recordábamos historias de tiempos que ya no volverán, para bien y también para mal.
Cabo de San Vicente, un vermú mirando al mar
Después de nuestra aproximación del día anterior, el jueves tocaba ponerse las pilas para recorrer la bella costa del Algarve. Como os comentaba hace unas líneas, pasamos de la autopista y nos dejamos llevar por las carreteras secundarias, que nos llevaron hasta Cabo de San Vicente.
Es un trayecto de una hora en coche o en moto. En el que merece la pena desviarse a cada poco y llegar a las fantásticas playas que te irás encontrado en el camino: Do Vau —con unas vistas impresionantes—, Dos Tres Irmaos, Dona Ana, Do Camilo y, cómo no, Ponta da Piedade. Aquí echamos casi toda la mañana, cámara en mano, fotografiando y grabando las maravillas que el paso del tiempo y la erosión han dibujado en las rocas, configurando un paisaje de playas de arena y altísimos acantilados. Aquí, volví a repetir días después.
La Praia do Beliche, al lado de Cabo de San Vicente, no es menos espectacular que lo que ya habíamos visto. Llegados a ese punto tocaba darse uno de esos lujos que dan sentido al viaje, tomarse un vermú mirando al mar.
Antes de comer todavía tuvimos tiempo para visitar el faro y la antigua fortaleza, suspendida entre escarpados acantilados.

Playa do Beliche

Faro en el Cabo San Vicente

Acantilados en Algarve

El Faro en el Cabo San Vicente
Sagres, playas de olas salvajes
Comer en Portugal es sencillo: siempre encuentras un buen sitio donde hacerlo a un precio de lo más ajustado. Y aunque el Algarve puede ser un poco más caro que otras zonas del país, la relación calidad-precio sigue siendo excelente. Sagres no fue una excepción y todo lo que probamos allí estuvo buenísimo:
Este es un pueblo de lo más tranquilo, en el que destaca su fortaleza, que desapareció con un terremoto y fue reconstruida en el Siglo XVIII, las vistas desde aquí son igual de recomendables que las que pudimos disfrutar desde el Cabo de San Vicente.
Pero si por algo es famoso Sagres es por ser un paraíso de los amantes del surf. Sus playas son ideales para practicarlo y hasta aquí se acercan los amantes de este deporte durante todo el año. No me pareció un mal plan para otra ocasión. Después de mi bautizo practicando surf en Costa da Morte, tengo que ir pensando en dónde será mi segunda vez.

Pulpo con batata

Grafiti en Lagos
Lagos,
Si echáis la cuenta, con tanta belleza dentro de nuestra ruta en moto por el Algarve el horario no se estaba siguiendo a rajatabla y casi se nos estaba echando la noche. Aprovechamos para ver ponerse el sol junto al mar, en la praia da Salema, otra más con unas vistas de película.
Antes de regresar a Portimao hicimos una última parada en Lagos. La mayoría de la gente que se aloja aquí —muchos ingleses— lo hacen por la gran oferta de alojamientos, restaurantes y bares. Cerca del pueblo está la maravilla de Ponta da Piedade de la que ya os he hablado, y, también, las playas mencionadas de Dona Ana y Do Camilo. Me quedé con las ganas de ver una que me habían recomendado especialmente, la Praia Dos Estudantes, igual de espectacular que las anteriores, con formaciones en las rocas que te dejan con la boca abierta.
Tuvimos que conformarnos con dar un paseo por el paseo marítimo hasta llegar al Forte da Ponta Bandeira, otra fortaleza más que visitamos en ese día. También nos acercamos hasta las murallas del Castelo dos Governadores, vimos la curiosa estatua de Dom Sebastiao y para terminar nuestro recorrido tomamos algo en la conocida Praça Luís de Camões.

Playa da Rocha en Portimao
Praia da Rocha, si la vida fuera solo eso
Llegamos tarde al apartamento, pero no teníamos ninguna gana de quedarnos allí encerrados otra noche. Dejamos la moto aparcada y nos fuimos dando un paseo hasta Praia da Rocha. De día merece la pena, pero de noche es un paraíso para los amantes del pulpo —cocinado de cualquier manera, pero especialmente a la brasa— y el vinho verde helado como nosotros.
Ese fue el momento de despedirnos, devolverle la cazadora enduro que me había prestado para esos dos días. Yo me quedé en Portimao y él se marcho a Albufeira. Aunque Raúl siguió su ruta unos cuantos días más por allí, no volvimos a vernos. Cambié la motocicleta por el coche. Todavía sigo pensando en lo mucho que disfruté en mi viaje por el sur de Portugal, y con nuestra ruta en moto por el Algarve.
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Un post genial
Muchas gracias por tus palabras, Miranda.