¿Por qué iba a querer sacrificar un bronceado en Baleares -con una playa de mar azul transparente de fondo- por unos días en invierno en esas mismas islas?
Déjame que te explique que el paraíso para los días estivales en los que solo me preocupo por tomar el sol, elegir el bañador que mejor combina con las gafas de sol y bailar hasta el amanecer solo duran los meses de verano.
El resto del año hay que currarse la imagen que tienen de mí: canapés por aquí, catas de vino por allí, una tarde despreocupada en el sillón de mi bar preferido con un mojito en la mano; el brunch el domingo pero sin interrupciones, de móvil ni nada por el estilo, son algunas de las actividades con las que me entretengo los días ociosos.
Baleares en invierno es el telón de fondo perfecto para ilustrar mi agenda diaria de trabajo.
Por eso ya estoy aquí, en Baleares. Para poder hacer tranquilamente una ruta foodie por Ibiza, compras y más compras en Menorca, un recorrido literario por Mallorca y mi viaje soñando y sostenible a Formentera.

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Un recorrido literario por Mallorca
Me siento en uno de los sillones de la sala. Debo de hacer algo de ruido porque al fondo un señor vestido de época me recrimina y me pide silencio con un enojado gesto. Me pongo las gafas y consigo distinguir quién es. ¡Qué malas pulgas tienes, Federico! En la otra habitación oigo una risita apagada. Me levanto y me dirijo hasta allí con curiosidad. Es George Sand. Se pone un dedo en los labios mientras no consigue contener la risa. Escribe y escribe, mecida por el piano de Chopin.
Salgo flotando de la Real Cartuja de Valldemossa y pongo rumbo a la casa de Robert Graves. Todavía recuerdo cuando veía a escondidas los capítulos de Yo Claudio en mi casa de Galicia. Entro en el jardín y al poco rato veo al escritor británico al fondo, sentado bajo un limonero. Me acercó y le pregunto si Calígula era tan malo, me contesta que peor.
Cojo un bus. Saco del bolso mi última adquisición, En la ciudad sumergida, de José Carlos Llop. No hay mejor guía para recordar la Palma de los 60 y 70, por la que paseaban Jean Seberg, Joan Miró y Llorenç Villalonga para luego atrincherarse en el Café Riskal.
He llegado hasta mi destino con unas ganas terribles de terminar mi exquisito menú, pero ansiosa por disfrutar del postre de esta gran jornada literaria mallorquina, el Centro de Poesía Contemporánea Blai Bonet.
Qué triste es el romero
que no florece.
Que triste es el camino
cuando se vuelve.

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Compras y más compras en Menorca
¿Sabes como se hace un «pla»? Es una mezcla de aquí y de allí, de viajes, de sueños y realidades. Confieso que a mí, me apetece mucho llevarlo puesto mientras recorro las Baleares, aunque sea invierno. El tiempo este fin de semana acompaña. Tengo dudas de si es mi mejor atuendo para ir de compras por Menorca. Quiero probarme unas abarcas y entiendo si surgen los celos… Pero son tan cómodos y con esa gran historia detrás me resisto a dejarlos en la maleta.
Tengo mis dudas de si debería contarte que me voy a estas horas a una cata de ginebra. Quiero llevarme unas botellas para preparar unos cócteles de lo más sorprendentes a mi regreso a casa. Así que me sacrifico por ti. Gin Xoriguer es la ginebra menorquina, que mezclada con hielo y limonada pasa a llamarse pomada. La encontrarás para comprar en una versión miniatura.
Suena a cliché pero esta isla es tan pequeña y aun así es capaz de producir tantas y tan variadas especialidades gastronómicas. Sobrasada, queso de Mahón, embutidos…, sin olvidar sus famosas ensaimadas y las tradicionales pastissets, unas pastas con forma de flor de cinco pétalos. Mejor en invierno, #BetterInWinter es otro cliché que suena en estos días por Baleares.

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Un viaje sostenible por Formentera
Y, ¿ahora qué hacemos con toda esta gente? Apremiados por el tiempo se van comiendo las migajas desparramadas por la isla: un huequito de arena para poner la toalla, una eternidad para conseguir la foto del faro para Instagram, los quad rugiendo como abejas en un enjambre. Corre, solo tengo unos días de vacaciones para llenarme de recuerdos de esta isla mientras me cruzo con mi vecino de escalera de Madrid.
La paciencia tiene su recompensa. Yo quiero compartir esta isla con las diez mil almas habituales. Vamos, arranca el motor del Meharis. Con su rum rum está susurrando la palabra vacaciones, aunque estemos en invierno. Desde su espejo retrovisor, de camino al mirador de Sa Pujada, solo distingo el turquesa del mar, el marrón rojizo de la tierra de labranza y el verde de la vegetación. Las motos han desaparecido.
Me gusta sentir el viento en mi cara, me hace sentir libre. Mañana alquilo una bicicleta y elijo entre las 30 rutas verdes ciclables. Otra ventaja del invierno, puedo decidir si lo hago entre las híbridas convencionales o eléctricas.
Pero ahora pongo rumbo al norte, me paro en Sant Ferran. A mi piel le viene muy bien la cosmética natural de Peònia. Además me apetece un paseo por este pueblecito blanco. Me acerco a la Panadería Manolo y me compro una porción de flaó. Esta tarta de queso que no es ni dulce ni salada y es ambas cosas.
Se me está pasando la hora, estoy ansiosa por probar la cocina vegetariana en El Integral, aunque El Claro y su brunch no me los puedo perder. Ponemos dirección a Es Pujols, al norte de la isla. No sé si será demasiado tarde, estamos en invierno. Espera, y si me quedo a comer en el huerto ecológico de A mi manera. Con ese nombre te pega que ni pintado…

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Una ruta foodie por Ibiza en invierno
Nunca hubiese asociado un nombre como Boris Buono a una isla como Ibiza. Sé que tú piensas lo mismo, Ibiza esa amalgama entre hippie, música tecno, fiestas y más fiestas. Pies doloridos y ojos rojos del cansancio de la noche. Pero, ahí está ella para sorprender a los paladares más exquisitos.
Pero vamos a lo nuestro que me desvío del camino. Una amante de la buena vida se imagina en esta isla con los pies en el agua y saboreando el mejor daiquiri de fresa del mundo. En verano, claro.
Una de la buena mesa sabe que en Ibiza una parada obligatoria tiene por nombre una comida a base de bullit de peix, ricas rayas, ensalada payesa o mero a la plancha. Y de postre, un clásico local: flaó.
Me han hablado tan bien del mercado de Santa Eularia des Riu que tengo miedo de entrar en colapso cuando vea el pescado fresco. Las rayas, que tradicionalmente se usan para la famosa borrida de rajada, rotjo, rata, mero, corva o el gallo San Pedro, la estrella local y tan feo como delicioso, o las coloridas morenas.
Estamos fuera de temporada de chiringuitos. Por el camino me llegan olores conocidos y que mi memoria se esfuerza en no sacar a la luz. Recordar los días de matanza es toda una excentricidad en Ibiza. Me centro en los supermercados, que salpican las carreteras de aquí y de allá. La variedad de productos orgánicos enloquece mis sentidos: remolacha y tomates, tamarindos y chirivías. Aceites y almendras.
Por el Camí de sa Vorera, se encuentra Can Rich, la más grande de las cuatro bodegas de Ibiza. La locura aquí tiene nombre de vino y además ecológico. Primero vamos con la visita guiada y las catas, después llegará el momento de elegir entre blanco, rosado, tintos o espumosos…Rodeada de todos estos caldos no me imagino que pueda existir algo más maravilloso en este mundo que una botella de buen vino.
El broche de oro termina en el barrio de Sa Penya. Me espera nada más y nada menos que un laboratorio gastronómico en el que me voy a encontrar a Boris Buono con las manos en la masa. Un Social Dining Club para unos pocos afortunados. Pedacitos creativos de Ibiza emplatados con descaro en vajillas de maestros alfareros de la isla… En este momento me puede la gula.
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